martes, 24 de noviembre de 2009

La enorme levedad del ser - Parte 1

Siempre he pensado que somos lo que nos creemos que somos, y vivimos confiados en esa creencia. Sin embargo, a veces nos damos cuenta de que esas creencias no eran sino producto de nuestro cerebro por trabajar más cómodo.
El cerebro condiciona lo que vemos, lo que oimos, lo que sentimos, lo condiciona todo.
El cerebro, en su ley del mínimo esfuerzo, nos hace percibir imágenes que muchas veces no son reales. Lo que vemos está procesado inicialmente por el cerebro. Los daltónicos ven colores que otros no vemos y esa es una disfunción del cerebro, no de los ojos.
El cerebro nos hace oir sonidos que no se han producido, y nos los filtra para que los encajemos en los patrones de lo que ya hemos oido. Cuando no es así, nos pone en estado de alerta, por ese instinto de autoprotección, y condiciona al resto del organismo en ese estado de alerta.
Cuando de repente una noticia nos afecta de determinada manera, ¿es acaso porque nuestro cerebro nos condiciona a ello o porque le hemos condicionado a que cuando percibamos esas noticias o imágenes, nos modifique él nuestro estado de ánimo?
Pero ¿qué condiciona al cerebro? ¿lo condicionamos nosotros mismos mediante nuestros actos? ¿mediante lo que percibimos constantemente? Y si es así, ¿cómo sabremos si actuamos para condicionar a nuestro cerebro de una determinada manera o sencillamente es el cerebro el que nos sigue condicionando?
Si yo quiero estar alegre, ¿cómo puedo condicionar al cerebro a que perciba las cosas de manera que me condicione a estar alegre?
Habría que estudiar qué procesos se llevan a cabo en nuestro cerebro desde el momento en que recibimos una sensación a través de los 5 sentidos. De esta manera, podremos controlar qué acciones debemos llevar a cabo cuando queramos estar alegres, optimistas, con ganas de luchar, con ganas de comerte el mundo. De esta manera, conseguiríamos crear un ejército de gente optimista y alegre que contagiaría rápidamente al resto del mundo. Porque contagia mucho más y más rápidamente la alegría que la pena y la tristeza.
Si algún día llegamos a conocer nuestro cerebro como debemos, seguramente cambiaría la manera en que percibimos el mundo.
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Noche romántica


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